lunes, 15 de diciembre de 2014

Un'estate bolognese

Sí, estoy viva. No, aún no me ha tragado la tierra, pero sí que es verdad que estos últimos meses he estado más ocupada de lo normal. A eso hay que añadirle una sequía creativa que en realidad arrastro desde hace algún tiempo... Pero que poco a poco va llegando a su fin. Dicen que todos los artistas en algún momento de su vida experimentan periodos de escasez de originalidad, de frustración, de falta de sincronización entre la mente y las manos. Soy como el escritor que empieza a redactar algo con la máquina de escribir, creyendo que el resultado será genial, pero a un cierto punto coge el papel, lo arruga y lo tira con desprecio al suelo. Algo así. No soy una artista, pero me encanta el arte en todas sus formas y escribir siempre me ha ayudado a desahogarme, a reflexionar y a encontrarme conmigo misma. A pesar de que es un hábito que he ido abandonando poco a poco, no quiero perderlo. Es algo que siempre está conmigo cuando lo demás o los demás están apagados o fuera de cobertura.

Quiero contaros lo que he ido haciendo durante estos meses, aunque es posible que necesite varias entradas para hacerlo. Intentaré ser lo más breve posible. En junio terminé la carrera, me gradué en Traducción e Interpretación y no sabía bien qué hacer con mi vida. Sabía que quería seguir estudiando, pero no era el mejor momento para hacerlo, no me sentía preparada a nivel emocional. Estaba desmotivada, veía que seguramente no daría lo mejor de mí, así que tal y como suelo hacer con todo, para hacer algo mal prefiero no hacerlo. En julio me mudé a Monteveglio, un pueblecito de la provincia de Bolonia. Allí estuve de au-pair, cuidando de Sofia y Emma, dos niñas angloitalianas. Nunca antes había hecho de babysitter aunque tenía experiencia dando clases a niños pequeños, y la verdad es que fue todo un desafío. En fin, en la siguiente foto podéis ver el pueblo. Como decía, era muy pequeño y era bastante rural. Me gustaba salir a pasear, pero la incomunicación a veces era demasiado grande para una persona de ciudad como yo.
Monteveglio.

Y si os enseño las vistas que tenía desde mi ventana tal vez comprenderéis a la perfección por qué digo que vivía en medio de la nada:
Como decía, estuve en Monteveglio, un país demasiado pequeño para mi gusto, pero que tenía su encanto. Emilia-Romagna es una región famosa por su cocina, de hecho en aquel pueblecito había un restaurante llamado Ponte Rosso de Massimo Ratti, un cocinero que al parecer es famoso en el país. Allí comí de maravilla, entre los platos que degusté recuerdo un risotto de atún ahumado delicioso, pero lo que más me impactó fue un plato de pasta: tortellini (típicos de Bolonia, por cierto) con salsa de fresas y con café en polvo como toque final. Pensaba que tendría un sabor dulce y que sería como estar comiendo un postre, pero no fue así. ¡Estaba delicioso! Era raro, sí, pero estaba tremendamente bueno.
Tortellini alle fragole.

La experiencia como au-pair fue gratificante, aunque siempre tenía que tener mucha paciencia. No está mal si lo haces durante un tiempo, puede ser una buena forma de entrar en un país y empezar a adaptarte a la vida y a las costumbres de la gente de allí.

Lo que más me gustaba de Monteveglio era el Sporting, un pub-restaurante bastante moderno en el que se reunía la gente joven; a menudo un deejay pinchaba música en directo y una vez a la semana había una 'grigliata' (una barbacoa) popular a la que solía ir toda la gente del pueblo. Me encantaba aquel ambiente. Cerca de allí también había otra localidad, Bazzano, a la que me gustaba mucho ir. Era preciosa, pequeña pero con mucho encanto.
Bazzano.

Durante aquel mes visité varias localidades interesantes, de las cuales debo destacar Bolonia y Ferrara. La primera era una parada obligatoria, sabía que tarde o temprano tendría que visitarla al estar viviendo en la provincia homónima. Como curiosidad de Bolonia os contaré que es la cuna del comunismo en Italia, es la ''ciudad roja''. El centro es precioso, me encantó la Piazza Maggiore, con la fuente de Neptuno y la imponente Basílica de San Petronio, entre otros edificios. Muy cerca de allí también encontramos las Dos Torres, el símbolo más emblemático de la Bolonia medieval. Es una ciudad a la que puedes acudir mientras improvisas sobre la marcha, porque todo está cerca y sus calles esconden tantas maravillas, tantos mercados de comida artesana.
Piazza Maggiore, Bolonia.

Luego también tenemos Ferrara, menos conocida, pero sinceramente no creo que tenga nada que envidiarle a Bolonia. Como la anterior, se trata de una ciudad universitaria, con mucho ambiente joven, con un centro histórico precioso en el que destaca el Castello Estense y la Cattedrale di San Giorgio Martire. Es una ciudad muy tranquila, cuyas calles invitan a dar paseos en bicicleta, el vehículo por excelencia de sus habitantes, en un día de verano.
Ferrara.


No tuve tiempo de ver mucho más. Estuve en la provincia de Rávena (Ravenna), concretamente en Marina di Ravenna, lo que vendría a ser un Malgrat de Mar a la italiana: no es mi ambiente ideal, pero pasé una noche estupenda en la playa, con un concierto gratuito de Klingande (''Jubel''); a pesar de la gran cantidad de gente que había se respiraba una gran paz, con todo el mundo sentado en grandes toallas de color blanco tomando algo, compartiendo la velada en compañía. Fue una noche mágica... Y estando allí vi un bellísimo mensaje en la pizarra de un chiringuito, al que tuve que hacerle una foto sí o sí:
"Siempre he pensado que no importa lo que tienes sino lo que consigues dar utilizándote solo a ti mismo: tus gestos, tus miradas, las palabras. Usa el corazón".

Hermosas palabras que en aquel momento parecían mágicas, casi como si se tratara de una señal: yo, de nuevo en Italia, el país del que estoy enamorada, con tantas cosas nuevas por vivir allí. Era como si aquel mensaje marcara el comienzo de una nueva vida, de mi vida.

Y hasta aquí, un pequeño resumen del que fue mi verano. Próximamente os contaré cómo fue mi regreso a Milán: stay tuned!

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