miércoles, 17 de diciembre de 2014

Una hospitalense en Abbiategrasso

Terminó julio y con él mi trabajo como au-pair. Tenía dos opciones, volver a casa sin saber qué hacer después o bien llevar a cabo una hazaña que me planteaba desde hacía tiempo, regresar a Milán e intentar establecerme allí, a pesar de no tener un trabajo, y es que aunque estuve un mes entero enviando mi currículum a varias empresas lombardas y también para irme a otras ciudades italianas como Roma, Turín o Florencia solo me llamaron un par de veces, ambas para Milán y querían que me incorporase inmediatamente; como en ese momento ya estaba trabajando lamentablemente no podía ir a hacer las entrevistas. Así pues, una vez terminó mi aventura boloñesa me planté en la estación central de Milán, sin casa y sin trabajo; completamente a la aventura. Al ser una ciudad donde ya había estado viviendo y al seguir en contacto con varias personas, conseguí alojamiento para los primeros días gracias a mi amigo Andrea, quien además me ha ayudado un montón en los momentos de dificultad y siempre ha estado disponible para todo. Desde aquí quiero darle las gracias porque sin él todo habría sido mucho más complicado.
Al desembarcar en la Stazione Centrale tomé esta fotografía y me dije a mí misma: ''bienvenida a casa, Sara''. Porque sí, tiempo atrás Milán se había convertido en mi segundo hogar y formaba parte de mí, había dejado un pedazo de mi corazón allí y había vuelto para recuperarlo y recomponerme. Sabía que regresando a aquella ciudad conseguiría encontrarme conmigo misma.
¡Fue tan maravilloso volver a aquella plaza que me robó el corazón y ver de nuevo el Duomo! Mi Duomo...
Tardé unos cuatro días en encontrar casa. Como no tenía trabajo busqué lo más económico posible y me acabé mudando a Abbiategrasso, un pueblo de 32.000 habitantes que se encuentra a unos 30 kilómetros del centro de Milán. Al principio pensé que estaría mucho más cerca, ya que en el metro hay una parada de la línea verde que se llama así y, como muchas otras personas que más tarde descubrí que pensaban lo mismo que yo, no tenía ni idea de que no tuviera nada que ver con esa localidad: dicha parada no tenía nada que ver con Abbiategrasso pueblo sino que llevaba hasta Piazza Abbiategrasso, a las afueras de Milán ciudad. Es más, para ir hasta el pueblo no existía ningún metro sino que había que tomar un tren con una frecuencia de paso de una hora, o ni siquiera eso. Recuerdo que el mismo día que fui a visitar el pueblo estaba muy nerviosa y me exasperaba lo mucho que estaba tardando el tren en llevarme a mi destino, pensaba que seguramente no acabaría yéndome allí, pero para mi sorpresa fue llegar y enamorarme de aquel pueblecito: ¡era precioso!
El centro era una maravilla; con su castillo, su fuente, sus estatuas, aquellos árboles y aquella tranquilidad. Pensé que tal vez valdría la pena darle una oportunidad, y cuando llegué a aquella vivienda con jardín me di cuenta de que tenía que vivir allí sí o sí. Mi compañera de piso tenía un labrador la mar de juguetón. A menudo era muy pesadete, pero acabamos pasando muy buenos momentos juntos.

Y volvamos a la ciudad, al castillo: de noche era aún más bonito.
Castello Visconteo, Abbiategrasso.
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Me gustaba vivir allí, era un lugar bastante tranquilo pero a diferencia de otros pueblos de Milán que ya conocía los medios de transporte no eran para nada eficientes: pasaban muy pocos trenes, uno cada hora (a veces ni siquiera eso), a menudo incluso las taquillas estaban cerradas y si no habías comprado el billete anteriormente o no ibas a pedírselo al conductor podían darte la multa igualmente. Tuve algún percance con los revisores debido a mi desconocimiento, ya que en Barcelona estas cosas no suceden, pero al final me libré siempre. Me daba rabia porque soy de esas personas que siempre pagan religiosamente todo y más, que nunca se cuelan, y me sentía impotente. Otro problema que tuve fueron los desplazamientos por el pueblo, ya que mi casa se encontraba a unos veinte minutos a pie de la estación de tren y el supermercado más cercano estaba a un par de kilómetros. Tuve que comprarme una bicicleta, medio de transporte que todo abbiatense utilizaba para facilitar su vida diaria; debo admitir que al principio me costaba llevarla, ya que la había cogido muy pocas veces en mi vida y no estaba acostumbrada. ¡La de sustos que me llevé! Pero luego ya me acostumbré, incluso a veces de camino a casa me ponía a pedalear de pie o haciendo eses, orgullosa de mis habilidades como ciclista, como si se tratara de un talento desconocido hasta el momento (y agradeciendo que mi madre no pudiera verme).
Mi bici. Era azul, viejecilla (podríamos considerarla 'vintage', tal vez quede mejor) pero solía funcionar y me facilitó la vida enormemente.

Los transportes públicos y no tener el carnet de conducir (en Barcelona nunca lo necesité) fueron mi principal problema a la hora de moverme y de buscar trabajo, y es que a las doce y veinte de la noche pasaba el último bus nocturno para Abbiategrasso desde la estación de Porta Genova de Milán y hasta casi las seis de la mañana no pasaba ningún tren. Hice muchísimas entrevistas para hoteles, restaurantes... Y cada vez que descubrían dónde vivía y que no tenía coche me hacían entender que no les interesaba (a veces más educadamente, otras veces menos). A propósito del trabajo: imprimí 150 currículos que entregué en una infinidad de tiendas del centro de Milán en unos tres días como mucho; me levantaba temprano, iba a Milán y hasta la noche no volvía a casa. Todo el día repartiendo mi currículum y haciendo entrevistas, y en casa más de lo mismo: lo enviaba a todo tipo de empresas: hoteles, tiendas de ropa o de electrónica, restaurantes, agencias... Y nada, nadie me quería. Empezaba a desesperarme, acabé con dos pares de zapatos rotos de lo mucho que caminaba, con ampollas en los pies, con agujetas todo el santo día. ¡No podía más! Hasta que ocurrió un milagro...

...Os lo contaré, pero tendréis que esperar a la próxima entrada; para que me perdonéis os dejo una foto de I Navigli, una zona perfecta para salir a tomar algo que quedaba muy cerca de Porta Genova, la estación de tren que me llevaba de vuelta a Abbiategrasso.
I Navigli, unos canales artificiales que acabaron convirtiéndose en una de las zonas más simbólicas de Milán. No está nada mal, ¿verdad?

lunes, 15 de diciembre de 2014

Un'estate bolognese

Sí, estoy viva. No, aún no me ha tragado la tierra, pero sí que es verdad que estos últimos meses he estado más ocupada de lo normal. A eso hay que añadirle una sequía creativa que en realidad arrastro desde hace algún tiempo... Pero que poco a poco va llegando a su fin. Dicen que todos los artistas en algún momento de su vida experimentan periodos de escasez de originalidad, de frustración, de falta de sincronización entre la mente y las manos. Soy como el escritor que empieza a redactar algo con la máquina de escribir, creyendo que el resultado será genial, pero a un cierto punto coge el papel, lo arruga y lo tira con desprecio al suelo. Algo así. No soy una artista, pero me encanta el arte en todas sus formas y escribir siempre me ha ayudado a desahogarme, a reflexionar y a encontrarme conmigo misma. A pesar de que es un hábito que he ido abandonando poco a poco, no quiero perderlo. Es algo que siempre está conmigo cuando lo demás o los demás están apagados o fuera de cobertura.

Quiero contaros lo que he ido haciendo durante estos meses, aunque es posible que necesite varias entradas para hacerlo. Intentaré ser lo más breve posible. En junio terminé la carrera, me gradué en Traducción e Interpretación y no sabía bien qué hacer con mi vida. Sabía que quería seguir estudiando, pero no era el mejor momento para hacerlo, no me sentía preparada a nivel emocional. Estaba desmotivada, veía que seguramente no daría lo mejor de mí, así que tal y como suelo hacer con todo, para hacer algo mal prefiero no hacerlo. En julio me mudé a Monteveglio, un pueblecito de la provincia de Bolonia. Allí estuve de au-pair, cuidando de Sofia y Emma, dos niñas angloitalianas. Nunca antes había hecho de babysitter aunque tenía experiencia dando clases a niños pequeños, y la verdad es que fue todo un desafío. En fin, en la siguiente foto podéis ver el pueblo. Como decía, era muy pequeño y era bastante rural. Me gustaba salir a pasear, pero la incomunicación a veces era demasiado grande para una persona de ciudad como yo.
Monteveglio.

Y si os enseño las vistas que tenía desde mi ventana tal vez comprenderéis a la perfección por qué digo que vivía en medio de la nada:
Como decía, estuve en Monteveglio, un país demasiado pequeño para mi gusto, pero que tenía su encanto. Emilia-Romagna es una región famosa por su cocina, de hecho en aquel pueblecito había un restaurante llamado Ponte Rosso de Massimo Ratti, un cocinero que al parecer es famoso en el país. Allí comí de maravilla, entre los platos que degusté recuerdo un risotto de atún ahumado delicioso, pero lo que más me impactó fue un plato de pasta: tortellini (típicos de Bolonia, por cierto) con salsa de fresas y con café en polvo como toque final. Pensaba que tendría un sabor dulce y que sería como estar comiendo un postre, pero no fue así. ¡Estaba delicioso! Era raro, sí, pero estaba tremendamente bueno.
Tortellini alle fragole.

La experiencia como au-pair fue gratificante, aunque siempre tenía que tener mucha paciencia. No está mal si lo haces durante un tiempo, puede ser una buena forma de entrar en un país y empezar a adaptarte a la vida y a las costumbres de la gente de allí.

Lo que más me gustaba de Monteveglio era el Sporting, un pub-restaurante bastante moderno en el que se reunía la gente joven; a menudo un deejay pinchaba música en directo y una vez a la semana había una 'grigliata' (una barbacoa) popular a la que solía ir toda la gente del pueblo. Me encantaba aquel ambiente. Cerca de allí también había otra localidad, Bazzano, a la que me gustaba mucho ir. Era preciosa, pequeña pero con mucho encanto.
Bazzano.

Durante aquel mes visité varias localidades interesantes, de las cuales debo destacar Bolonia y Ferrara. La primera era una parada obligatoria, sabía que tarde o temprano tendría que visitarla al estar viviendo en la provincia homónima. Como curiosidad de Bolonia os contaré que es la cuna del comunismo en Italia, es la ''ciudad roja''. El centro es precioso, me encantó la Piazza Maggiore, con la fuente de Neptuno y la imponente Basílica de San Petronio, entre otros edificios. Muy cerca de allí también encontramos las Dos Torres, el símbolo más emblemático de la Bolonia medieval. Es una ciudad a la que puedes acudir mientras improvisas sobre la marcha, porque todo está cerca y sus calles esconden tantas maravillas, tantos mercados de comida artesana.
Piazza Maggiore, Bolonia.

Luego también tenemos Ferrara, menos conocida, pero sinceramente no creo que tenga nada que envidiarle a Bolonia. Como la anterior, se trata de una ciudad universitaria, con mucho ambiente joven, con un centro histórico precioso en el que destaca el Castello Estense y la Cattedrale di San Giorgio Martire. Es una ciudad muy tranquila, cuyas calles invitan a dar paseos en bicicleta, el vehículo por excelencia de sus habitantes, en un día de verano.
Ferrara.


No tuve tiempo de ver mucho más. Estuve en la provincia de Rávena (Ravenna), concretamente en Marina di Ravenna, lo que vendría a ser un Malgrat de Mar a la italiana: no es mi ambiente ideal, pero pasé una noche estupenda en la playa, con un concierto gratuito de Klingande (''Jubel''); a pesar de la gran cantidad de gente que había se respiraba una gran paz, con todo el mundo sentado en grandes toallas de color blanco tomando algo, compartiendo la velada en compañía. Fue una noche mágica... Y estando allí vi un bellísimo mensaje en la pizarra de un chiringuito, al que tuve que hacerle una foto sí o sí:
"Siempre he pensado que no importa lo que tienes sino lo que consigues dar utilizándote solo a ti mismo: tus gestos, tus miradas, las palabras. Usa el corazón".

Hermosas palabras que en aquel momento parecían mágicas, casi como si se tratara de una señal: yo, de nuevo en Italia, el país del que estoy enamorada, con tantas cosas nuevas por vivir allí. Era como si aquel mensaje marcara el comienzo de una nueva vida, de mi vida.

Y hasta aquí, un pequeño resumen del que fue mi verano. Próximamente os contaré cómo fue mi regreso a Milán: stay tuned!