lunes, 25 de febrero de 2013

Erasmus: Here we are, in Torino tonight!

Hay viajes que te dejan un buen sabor de boca y los hay que, además de eso, repetirías sin duda una y otra vez, como es el caso de Turín, la capital de la región del Piemonte, ubicada a dos horas de tren desde la Stazione Centrale de Milán y en la que tuve el placer de pasar un fin de semana.
Tal vez muchos sepáis ya que en Turín se encuentra la Sábana Santa o Sudario, conocida en italiano como la Sindone (léase como ''síndone'', por favor), una tela de lino que muestra claramente las marcas de un cuerpo humano, como si se tratase de una fotocopia de los pies a la cabeza, y que durante siglos se ha defendido la teoría de que se colocó sobre el cuerpo de Jesucristo al morir. Por desgracia, el sudario original se encuentra protegido y custodiado en el Duomo de Turín, cuya visita también es obligatoria y del que me fascinaron los extraordinarios frescos de la parte superior, y donde podemos contemplar una copia de la famosa sábana; se encuentra unido al Museo della Sindone, que también vale la pena visitar para saciar nuestra curiosidad sobre este objeto insólito y que durante tantos años ha sido (y sigue siendo) objeto de estudio.
Sin embargo, tal vez el símbolo más representativo de Turín sea la Mole Antonelliana; construida a finales del siglo XIX a cargo del arquitecto Alessandro Antonelli (nótese que el nombre de su obra deriva de su apellido). Originalmente diseñada para ser una sinagoga judía y como símbolo de la libertad y la tolerancia religiosa que había sido garantizada a los grupos no católicos, la relación entre el arquitecto y esta comunidad no era buena, con lo que después de toda una serie de discordancias el resultado final cambió significativamente respecto a la idea original, se construyó un edificio que alcalzó los 167 metros en lugar de los 47 previstos, suponiendo un aumento significativo en los costes y en el tiempo de construcción de esta; al final, la comunidad judía detuvo su edificación y se dejó un techo provisional.
Las obras terminaron retomándose hasta alcanzar los 167 metros actuales, pero a causa de un terremoto y una fuerte tormenta que hicieron caer gran parte de su estructura se tuvo que reconstruir en 1961 con una nueva armadura, esta vez metálica, recubierta de piedra, y cuyo interior fue confeccionado con grandes arcos de cemento. Actualmente, no solo es la cara de la ciudad, sino que además alberga el Museo Nacional del Cine, el más importante del país (por cierto, en esta ciudad también se encuentra un prestigioso museo egipcio que por desgracia por falta de tiempo no pude visitar), y como dato anecdótico podríamos añadir que su imagen se encuentra en el reverso de las monedas de dos céntimos de euro italianas. Su subida es más que recomendable; tal vez causa cierto vértigo al estar en el ascensor, pero vale la pena y desde lo alto podréis disfrutar de una hermosa vista panorámica de la ciudad (¡a no ser que sea un día de niebla, como fue en mi caso!). Oh, otro dato anecdótico; en 2006, Turín hospitó los Juegos Olímpicos de invierno, hecho que revolucionó la ciudad y mejoró notablemente sus infraestructuras.
Otros lugares interesantes de esta ciudad son la Piazza San Carlo, donde encontramos dos iglesias prácticamente juntas y muy similares estéticamente, la Chiesa di Santa Cristina y la Chiesa di San Carlo, y el Monumento a Emanuele Filiberto  (muy parecido al que encontramos dedicado a Vittorio Emanuele II en la Piazza del Duomo de Milán); el Palazzo Madama en la Piazza Castello, donde como su nombre indica también podemos encontramos un castillo, el Castello del Valentino; también es de interés el Palazzo Reale, donde además se pueden contemplar los restos de un teatro romano.
Pero uno de los lugares por los que más me gustó pasar fue el camino por un hermoso puente que cruza el río Po (no sé si lo sabíais, pero siempre he adorado los puentes: ¡son una de mis pasiones arquitectónicas!) y que nos conduce hasta la Chiesa della Gran Madre di Dio; cerca de este lugar se puede tomar un autobús que nos llevará hasta Sassi, donde si tomamos el tranvía podremos llegar hasta la Basilica di Superga, cuya visita calificaría como más que obligatoria, sobre todo si os gustan los tranvías antiguos tanto como a mí, una pasión que en mi caso nació al vivir en Milán, y que realmente vale la pena por los hermosos paisajes de montaña que podréis observar durante el trayecto y al llegar al destino. En la basílica también se encuentran las tumbas de los saboya. Lo que más me gustó de Superga fueron aquellas hermosas vistas que además, al ir por la tarde, pude contemplar con un atardecer de ensueño; ¡la de fotos que hice! Perdí la cuenta.
Me gustaron mucho las calles turinesas y las tiendas antiguas como las pastelerías típicas; a veces incluso me parecía estar paseando por Barcelona. Eso sí, si debemos comparar Turín con alguna ciudad, esta es sin duda Milán; ambas son muy industriales y durante décadas han acogido a una gran multitud de inmigrantes italianos sureños que han acabado estableciéndose en el norte y que son los padres y los abuelos de la mayoría de los actuales milaneses y turineses. Entre los establecimientos que visité, me gustaría destacar la Pizzeria La Caravella, en la que degusté una pizza margarita con mozzarella de búfala para chuparse los dedos y donde no me importaría volver si en un futuro me dejo volver a ver por Turín. También me gustaron los numerosos puestecitos de libros antiguos que había por sus calles; de hecho, en uno de ellos me compré una edición antigua del Decameron de Boccaccio por solo 7'50€ (increíble, pero cierto; ¡menuda ganga!), dividida en dos tomos dentro de un estuche; es una obra de coleccionista que quiero llegar a leer en versión original, tal y como lo compré, y cuya comprensión, por lo que pude ojear en sus páginas, tampoco es extremadamente difícil; está en italiano antiguo, pero se entiende bastante bien e incluso me entran las ganas de traducir al castellano o al catalán algún fragmento (aunque ya existan sus correspondientes ediciones).
Así que sí, queridos lectores; me encantó visitar Turín y espero poder volver algún día. Os la recomiendo abiertamente a todos, pero sobre todo a los amantes de Milán, los ''milanófilos'' (vaya, igual hasta acabo de crear un concepto para expresar el amor por la ciudad meneghina) como yo.

lunes, 18 de febrero de 2013

Erasmus: Fin. ¿Fin?

Hoy es una de esas noches en las que a pesar de ser ya las tantas no tengo sueño. Una de esas madrugadas en las que me paro a pensar en lo que he vivido durante estas últimas semanas y me doy cuenta de veras de cómo ha cambiado todo desde que volví de Milán.

Sé que últimamente he tenido mi blog bastante abandonado (de hecho, tengo un par de entradas pendientes además de esta, que publicaré en breve), y lo siento, pero lo cierto es que no solo se me estropeó el ordenador, el mismo que me ha estado dando problemas durante casi todos estos meses, desde finales de noviembre más o menos (desde hace pocos días, por fin, ya lo tengo operativo), sino que además casi no he tenido tiempo para conectarme hasta que no he vuelto a Barcelona. Así es: volví de mi querido Erasmus el pasado jueves 7 de febrero, y recomencé las clases en la UAB el lunes 11 (por cierto, ¡todo aprobado en este primer semestre, tanto las asignaturas de Milán como las que cursé a distancia!). Mi regreso fue algo duro, ¡qué mal lo pasé cuando tuve que marcharme y despedirme de todo el mundo!

Echaba de menos mi casa, mi familia, mis amigos, el clima barcelonés... Y aun así, una vez aquí, no puedo evitar sentirme vacía, incompleta; una parte de mi corazón se quedó allí, en Milán. Ya me muero de ganas de volver.

Mi Erasmus llegó a su fin. Sí, se acabó. Se acabaron las visitas al Simply Market, los paseos en tranvía por el centro de la ciudad, la polenta, las galletas Pan di Stelle, los infinitos tipos de salsas y pastas, estar a unas cinco paradas de la Piazza del Duomo y dar miles de vueltas por allí, el café (sí, el buen café), escuchar a todo el mundo hablando en italiano a mi alrededor... Todo. Mi aventura milanesa finalizó tan pronto como tomé el avión de regreso a casa la tarde del pasado 7 de febrero.

Pensaba que tardaría en echar de menos la capital lombarda, pero la morriña no se ha hecho esperar. Me gustó todo: la universidad en la que estuve, las personas estupendas a las que conocí y me encantó estar viviendo en el norte de Italia.

Llegué a Milán con los bolsillos vacíos y he vuelto a Barcelona con una maleta llena de recuerdos...

Pero ¿es este el fin? No, no y no. Quiero pensar que en breve volveré a Milán, mi Milán.