Tal vez muchos sepáis ya que en Turín se encuentra la Sábana Santa o Sudario, conocida en italiano como la Sindone (léase como ''síndone'', por favor), una tela de lino que muestra claramente las marcas de un cuerpo humano, como si se tratase de una fotocopia de los pies a la cabeza, y que durante siglos se ha defendido la teoría de que se colocó sobre el cuerpo de Jesucristo al morir. Por desgracia, el sudario original se encuentra protegido y custodiado en el Duomo de Turín, cuya visita también es obligatoria y del que me fascinaron los extraordinarios frescos de la parte superior, y donde podemos contemplar una copia de la famosa sábana; se encuentra unido al Museo della Sindone, que también vale la pena visitar para saciar nuestra curiosidad sobre este objeto insólito y que durante tantos años ha sido (y sigue siendo) objeto de estudio.
Sin embargo, tal vez el símbolo más representativo de Turín sea la Mole Antonelliana; construida a finales del siglo XIX a cargo del arquitecto Alessandro Antonelli (nótese que el nombre de su obra deriva de su apellido). Originalmente diseñada para ser una sinagoga judía y como símbolo de la libertad y la tolerancia religiosa que había sido garantizada a los grupos no católicos, la relación entre el arquitecto y esta comunidad no era buena, con lo que después de toda una serie de discordancias el resultado final cambió significativamente respecto a la idea original, se construyó un edificio que alcalzó los 167 metros en lugar de los 47 previstos, suponiendo un aumento significativo en los costes y en el tiempo de construcción de esta; al final, la comunidad judía detuvo su edificación y se dejó un techo provisional.
Las obras terminaron retomándose hasta alcanzar los 167 metros actuales, pero a causa de un terremoto y una fuerte tormenta que hicieron caer gran parte de su estructura se tuvo que reconstruir en 1961 con una nueva armadura, esta vez metálica, recubierta de piedra, y cuyo interior fue confeccionado con grandes arcos de cemento. Actualmente, no solo es la cara de la ciudad, sino que además alberga el Museo Nacional del Cine, el más importante del país (por cierto, en esta ciudad también se encuentra un prestigioso museo egipcio que por desgracia por falta de tiempo no pude visitar), y como dato anecdótico podríamos añadir que su imagen se encuentra en el reverso de las monedas de dos céntimos de euro italianas. Su subida es más que recomendable; tal vez causa cierto vértigo al estar en el ascensor, pero vale la pena y desde lo alto podréis disfrutar de una hermosa vista panorámica de la ciudad (¡a no ser que sea un día de niebla, como fue en mi caso!). Oh, otro dato anecdótico; en 2006, Turín hospitó los Juegos Olímpicos de invierno, hecho que revolucionó la ciudad y mejoró notablemente sus infraestructuras.
Otros lugares interesantes de esta ciudad son la Piazza San Carlo, donde encontramos dos iglesias prácticamente juntas y muy similares estéticamente, la Chiesa di Santa Cristina y la Chiesa di San Carlo, y el Monumento a Emanuele Filiberto (muy parecido al que encontramos dedicado a Vittorio Emanuele II en la Piazza del Duomo de Milán); el Palazzo Madama en la Piazza Castello, donde como su nombre indica también podemos encontramos un castillo, el Castello del Valentino; también es de interés el Palazzo Reale, donde además se pueden contemplar los restos de un teatro romano.
Las obras terminaron retomándose hasta alcanzar los 167 metros actuales, pero a causa de un terremoto y una fuerte tormenta que hicieron caer gran parte de su estructura se tuvo que reconstruir en 1961 con una nueva armadura, esta vez metálica, recubierta de piedra, y cuyo interior fue confeccionado con grandes arcos de cemento. Actualmente, no solo es la cara de la ciudad, sino que además alberga el Museo Nacional del Cine, el más importante del país (por cierto, en esta ciudad también se encuentra un prestigioso museo egipcio que por desgracia por falta de tiempo no pude visitar), y como dato anecdótico podríamos añadir que su imagen se encuentra en el reverso de las monedas de dos céntimos de euro italianas. Su subida es más que recomendable; tal vez causa cierto vértigo al estar en el ascensor, pero vale la pena y desde lo alto podréis disfrutar de una hermosa vista panorámica de la ciudad (¡a no ser que sea un día de niebla, como fue en mi caso!). Oh, otro dato anecdótico; en 2006, Turín hospitó los Juegos Olímpicos de invierno, hecho que revolucionó la ciudad y mejoró notablemente sus infraestructuras.
Otros lugares interesantes de esta ciudad son la Piazza San Carlo, donde encontramos dos iglesias prácticamente juntas y muy similares estéticamente, la Chiesa di Santa Cristina y la Chiesa di San Carlo, y el Monumento a Emanuele Filiberto (muy parecido al que encontramos dedicado a Vittorio Emanuele II en la Piazza del Duomo de Milán); el Palazzo Madama en la Piazza Castello, donde como su nombre indica también podemos encontramos un castillo, el Castello del Valentino; también es de interés el Palazzo Reale, donde además se pueden contemplar los restos de un teatro romano.
Me gustaron mucho las calles turinesas y las tiendas antiguas como las pastelerías típicas; a veces incluso me parecía estar paseando por Barcelona. Eso sí, si debemos comparar Turín con alguna ciudad, esta es sin duda Milán; ambas son muy industriales y durante décadas han acogido a una gran multitud de inmigrantes italianos sureños que han acabado estableciéndose en el norte y que son los padres y los abuelos de la mayoría de los actuales milaneses y turineses. Entre los establecimientos que visité, me gustaría destacar la Pizzeria La Caravella, en la que degusté una pizza margarita con mozzarella de búfala para chuparse los dedos y donde no me importaría volver si en un futuro me dejo volver a ver por Turín. También me gustaron los numerosos puestecitos de libros antiguos que había por sus calles; de hecho, en uno de ellos me compré una edición antigua del Decameron de Boccaccio por solo 7'50€ (increíble, pero cierto; ¡menuda ganga!), dividida en dos tomos dentro de un estuche; es una obra de coleccionista que quiero llegar a leer en versión original, tal y como lo compré, y cuya comprensión, por lo que pude ojear en sus páginas, tampoco es extremadamente difícil; está en italiano antiguo, pero se entiende bastante bien e incluso me entran las ganas de traducir al castellano o al catalán algún fragmento (aunque ya existan sus correspondientes ediciones).